Lunes 18 de Octubre 2003, Madrid, España (7.10 am)
Era apenas su segundo año en la universidad, diseño gráfico era lo que había decidido estudiar, pese a que tuviera que tomar un tren para llegar. El lugar estaba lejos pero a ella le encantaba.
- Un boleto, por favor. – dijo tímidamente mientras buscaba el dinero para pagar en su bolsillo izquierdo. Le dio la plata a la muchacha y le susurró un “gracias” acompañado por una pequeña sonrisa. Esa sonrisa, en realidad, no iba dirigida hacia la chica de la boletería, si no que se asomaba porque ya sabía lo que iba a ocurrir después.
Desde septiembre, para ser exactos desde el 2 de septiembre, que se encontraba con el muchacho que había comenzado a quitarle el sueño.
Ingresó al tren con un brillo especial en los ojos, se sentó en su asiento favorito, que por suerte estaba vacío y comenzó a esperar. El joven al parecer iba retrasado, porque casi siempre estaba dentro cuando ella llegaba. La espera le dio tiempo para pensar, para maldecirse a sí misma. Ella creía que si fuera más guapa, un poco más lista, o si fuera especial, si fuera de revista tendría el valor de cruzar el vagón y preguntarle quien era. Él no va a venir pensó ella, pero antes de que sus pensamientos cantaran victoria, llegó al tren. Tenía las mejillas rojas, seguro por correr, y la respiración algo entrecortada. Se sentó en el asiento frente a ella sosteniendo con sus manos el bajo que estaba dentro de su funda. Sus ojos marrones se posaron en él.
Jamás se había percatado de que en realidad, no lo conocía. Lo único que compartían el extraño y ella era el vagón. Apartó su mirada de él. En realidad sabía varias cosas, pero todas las había aprendido por verlo. Sabía que su nombre era Dougie, al menos eso decía el estuche de su instrumento musical, y sabía que era inglés porque más de una vez lo había oído hablar por celular en ese idioma. Sabía también que hablaba español con facilidad, pero que a veces su acento lo delataba un poco. Un débil sonido la sacó de sus pensamientos, lo miró por segunda vez. El muchacho soltó un bostezo al cristal, dejándolo empañado. En él dibujó una cara sonriente. Y ella se sentía tan idiota que escondió su cara un poco más en su bufanda. Se sentía tonta porque hasta verlo bostezar, que era algo tan natural, le parecía lindo y especial en él. Por contagio, bostezó también y los ojos celestes de él se posaron sobre los marrones que ella poseía. Vergonzosamente corrió la cara hacia la ventanilla y ruborizada, comenzó a pensar en el que rubio tenía unos ojos bastante pequeños, y que cuando sonreía parecía que eran inexistentes.
Martes 9 de Diciembre 2003, Madrid, España (7.30 am)
Dougie estaba sentado frente a ella, como siempre, lo cual hacía que las mejillas de la muchacha tomaran un color rosado que la hacía sentir feliz.
Sus largas y frondosas pestañas, que acompañaban a sus ojos marrones verdosos, miraban hacia un punto fijo en la pared. Estaba concentrada en sus propios pensamientos, pero una sensación de incomodidad la invadió. Sentía que alguien la estaba mirando y entre todas las personas se puso a buscar al dueño de esa mirada. Jamás se imaginó que él la iba a volver a mirar, pero ocurrió, por segunda vez los ojos azulados del rubio se detuvieron en ella. El muchacho bajó su mirada, y ella sonrió. Era de estatura normal, tirando a baja, y que sus mejillas estuvieran sonrojadas lo hacían ver más adorable. Luego de unos minutos, la estación en la que él bajaba siempre, llegó. Pudo percatarse de que las expresiones del chico pasaban de ser alegres y tranquilas a tristes en un instante. Mientras el tren paraba, él la volvió a mirar. Ella se miró la ropa y recordó que, pese al frío, había escogido su ropa más bonita, sólo para él. Y supuso que por eso la estaba mirando. Solía hacer eso, se colocaba maquillaje y ropa linda, y siempre antes de subir al tren se miraba al espejo, para ver si todo estaba en orden. El muchacho bajó y ella suspiró. Había pasado otro día más y seguía sin hablarle. Se sentía torpe. Muchos le habían hablado, una conversación corta, típica entre extraños. Qué frío está el clima, ¿tienes hora?, algo así, nada más, pero no, ella seguía con sus labios bien juntos.
Jueves 11 de Marzo 2004, Madrid, España (7. 26 am)
Y así pasaron los días, de lunes a viernes, como las golondrinas del poema de Bécquer. De estación a estación, iba y venía el silencio. Había ensayado mentalmente que cosas decirle al muchacho que estaba sentado justo en frente, como siempre que podía, pero no le salían las palabras correctas. No podía expresarse. Lanzó un suspiro al aire y dirigió su mirada al chico del tren, como ella le decía. Sus amigas aseguraban que estaba obsesionada, pero ellas no entendían. El chico era un misterio para ella, un misterio que quería resolver pero no lo lograba. Se levantó del asiento y le dejó el lugar a una mujer embarazada, ella sonrió de lado en señal de ternura. Lo había visto hacer eso unas cuantas veces, con embarazadas o con señores mayores. Eso era otra cosa que sabía de él. Y también le conocía la forma en que movía las piernas cuando llevaba su iPod y escuchaba música. Y en verano, sus tatuajes, que se dejaban ver a través de las mangas cortas. Hoy, por alguna razón, le parecía que estaba más lindo, que tenía algo diferente. Quizás era solo su imaginación, como ayer no había ido a la universidad, no lo vio, entonces podía ser solo porque lo extrañó.
Y de pronto sucedió, la mira, y ella lo mira, el muchacho suspira levemente, ella cierra los ojos avergonzada y lo único que escucha es el ruido del tren andando. Él aparta la vista. La muchacha apenas respira, se siente pequeñita y comienza a temblar. Y entonces ocurre, se despiertan sus labios, susurran su nombre tartamudeando.
- ¿D-Dougie? – pronuncia ella, débilmente, pero lo suficientemente alto como para que él escuche. Ella imagina que está pensando ¡Qué chica más tonta! Y se quiere morir, que la trague la tierra –
Pero el tiempo se para, Dougie se levanta en dirección a ella, toma el asiento vacío a su lado y le dice:
- ¿Sabes? Yo no te conozco y ya te echaba de menos. – su voz era suave, no muy gruesa, encajaba perfectamente con sus facciones. – Todas las semanas, rechazo el directo y elijo este tren –
Fue ese momento en el que ella se dio cuenta de que había notado su ausencia en el tren, él también la buscaba con la mirada.
- Estaba enferma, pero ya estoy bien – contestó nerviosa – Mi nombre es Victoria.
- El mio Dougie, aunque al parecer ya lo sabes – le respondió con una sonrisa y estrecharon sus manos. Su piel era suave pero a la vez áspera, sus manos eran típicas de músico. –
Y así transcurrió el viaje, se contaron de sus vidas. De la razón por la cual ambos tomaban ese tren y ahí se enteró ella de que Dougie había tomado ese tren por error una vez pero desde que la había visto no había dejado de tomarlo. Un día especial, este 11 de Marzo. Al menos para ellos. Llegaron al túnel previo a la estación y la luz se fue. Un ruido ensordecedor aturdió a los pasajeros y cuando Victoria dejó de sentir sus piernas supo que algo estaba mal. Lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y entre escombros encontró la mano de Dougie, del chico del tren, que se encontraba atrapado bajo algunas cosas.
- ¿V-Victoria? - esta vez era él el que pronunciaba su nombre tartamudeando. Ella quiso responder pero no le salían las palabras. El dolor punzante parecía no querer dejarla hablar. –
Con sus manos fue buscando la cara del muchacho, hasta encontrarla y unir sus labios. Ellos sabían que era el inicio de una historia, pero jamás se imaginaban que también sería el final.
- Te quiero – le dijo ella, y le regaló así el último soplo de su corazón. –
Madrid, 11 marzo 2004, 7.37 horas. Una bomba explotó cerca de la estación de Atocha. Un minuto después dos bombas procedieron a explotar en el mismo tren. A las 7.39 cuatro bombas más explotaron destruyendo otro tren a unos metros de esa estación. 190 muertos y más de 1.500 heridos.