lunes, 9 de enero de 2012

Los Juegos del Hambre, en llamas II.

― ¿Por qué dices esto ahora?
― Porque no quiero que olvides lo diferentes que son nuestras circunstancias. Si tú mueres,
y yo vivo, no me queda ninguna vida de regreso en el Distrito Doce. Tú eres toda mi vida. ― Dice. ― Nunca volvería a ser feliz. ― Empiezo a objetar pero me pone un dedo en los labios. ― Es diferente para ti. No digo que no fuera a ser duro. Pero hay otra gente que haría que tu vida mereciera ser vivida.
Peeta se saca la cadena con el disco dorado de alrededor del cuello. Lo sostiene a la luz de la luna para que pueda ver claramente el sinsajo. Después su pulgar se desliza por una ranura en la que no me había fijado antes, y se abre. No es algo macizo, como había pensado, sino un guardapelo. Y en el guardapelo hay fotos. En el lado derecho, mi madre y Prim, riendo. Y en el izquierdo, Gale. Sonriendo de verdad.
No hay nada en el mundo que pudiera acabar con mi voluntad en este momento más
rápido que esas tres caras. Después de lo que oí esta tarde . . . es el arma perfecta.
― Tu familia te necesita, Katniss. ― Dice Peeta.
Mi familia. Mi madre. Mi hermana. Y mi primo fingido Gale. Pero la intención de Peeta es
clara. Que Gale es de veras mi familia, o que lo será algún día, si sobrevivo. Que me casaré con él. Así que Peeta me está dando su vida y a Gale al mismo tiempo. Para hacerme saber que nunca debería dudarlo. Todo. Eso es lo que Peeta quiere que coja de él.